W. Christaller. Teoría de los
lugares centrales
Lo que se decide construir nunca es
sólo una forma, es una cierta cantidad de mundo añadida al mundo. Cada decisión
visible introduce una mesura más en el entorno, fija una dimensión, una
duración, una intensidad de presencia que ya nunca pertenecerá a lo imperceptible.
En ese plano, lo material no es únicamente una elección de sustancias, sino una
elección de magnitudes. Cada precisión arrastra una extensa concatenación de consecuencias.
Basta desplazar la atención para advertir que esa decisiva realidad es tan sólo
el último estado de un proceso mucho más complejo y frágil. Antes de toda representación
sensible y verificable ha tenido lugar una extensa y silenciosa negociación
entre lo que podía ser pensado y lo que finalmente acepta hacerse responsable
de su tamaño, de su medida y su carácter.
En ese tránsito entre lo abstracto
y lo concreto, entre lo concebido y lo realizado, se produce una incontable serie
de decisiones veladas. No suceden como grandes proclamaciones, sino que
aparecen en el interior de cadenas de operaciones que pueden aparentar ser
menores. Un ajuste de proporción, una corrección de escala, una renuncia a
cierta dimensión, una variación compositiva en la cantidad admitida de materia
o de vacío. Cada una de esas elecciones parece irrelevante, pero en su conjunto
configuran el régimen de lo que se permitirá existir y posteriormente importar.
Lo que de lejos aparece como un bloque compacto de realidad, de cerca se
reconoce como un nutrido tejido de cortes, precisiones y graduaciones.
Lo concreto, entendido como aquello que se puede señalar y ocupar, surge así de una decidida secuencia de elecciones que rara vez se hace explícita. Elegir una regla es algo más que establecer una cómoda repetición, es fijar el intervalo mínimo a partir del cual algo puede empezar a influir. Preferir una determinada medida no es sólo resolver un uso, es declarar qué proporción se considerará aceptable. Cada decisión de escala redistribuye las jerarquías de lo circundante, modifica qué se percibe y qué permanece en la penumbra de lo contable. Nada tiene dimensión por sí mismo, toda presencia se adquiere al compararse con lo que le rodea. Una medida relativamente neutra se vuelve excesiva o escasa según el mensurado orden que la acoge. De este modo, cada nueva construcción altera el sistema entero de referencias.
En este entramado, La adopción de una
geometría actúa como el lenguaje oculto de la forma decidida. No se presenta
como adorno imaginario, sino como un sistema silencioso que ordena, alinea y
reparte desviaciones. Una línea, una proporción, una repetición, una figura
apenas deformada bastan para instaurar un idioma que no se lee literalmente y,
sin embargo, se entiende y obedece. La forma visible es sólo el volumen de ese
código oculto, lo que sostiene su coherencia es una sintaxis de relaciones que
permanece implícita.
Lo más llamativo es que este
régimen cuantitativo actúa con una peculiar moderación. No se presenta como
teoría transmisible, se filtra en la rutina de las acciones, en los hábitos, en
las inercias de lo que puede llegar a prevalecer. Bajo la apariencia de
resolver condicionantes, decide cuánto se añade, en qué orden y con qué
intensidad. Así, lo construido se convierte en un sistema de comparaciones
permanentes, más que en un simple objeto aislado y neutral.
Quisiéramos rozar esa zona donde la
precisión material deja ver su trasfondo. Allí donde una configuración parece
indiscutible late todavía la memoria de otras posibles que fueron depuradas sin
necesidad de formularse. En la exactitud de una proporción que ya nadie
discute, en la serenidad de una escala que se acepta sin esfuerzo, en la medida
que parece ajustada, en la habilidad de elección de una particular geometría, persiste
la tenue vibración de una serie de decisiones que ha mostrado ser tan eficaz como
elocuente antes que explícita. Es en esa reserva donde lo concreto adquiere su
mayor poder. No tanto en lo que muestra como en la forma silenciosa en que se determina
cómo, cuánto y de qué manera ocupamos el espacio. Y el tiempo.
Tal vez lo más significativo de
este sumario sea su ausencia de énfasis. Las decisiones que marcan el carácter
de una nueva realidad rara vez llegan acompañadas de grandes declaraciones. Se
inscriben en la rutina de las correcciones, en los pequeños desplazamientos de
cifras, en las muchas elecciones sustituibles y, sin embargo, se permiten
quedar fijadas apenas sin esfuerzo. Cuando la obra parece simplemente existir con
naturalidad es cuando más conviene sospechar que, detrás de esa certeza, se ha
ejercido una extrema delicadeza de decisiones. Una nueva forma de medir. Y de
ser.


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