Cuando de hacer arquitectura se trata es común encontrarse ante frecuentes procesos disyuntivos. El dilema principal surge cuando entra en juego la confrontación
entre el pensamiento crítico y el creativo. El motor crítico, lógico y
racional, ciertamente convergente y concentrado, evalúa y juzga la validez de
los resultados inmediatos y localiza errores. Sin embargo el impulso creativo,
intuitivo e inconsciente, divergente y lateral, privilegia transgredir lo
establecido y se empeña en buscar innovaciones. Mientras que la fuerza crítica
examina dentro de los marcos y procedimientos aprendidos, la potencia creativa transgrede
los límites para actuar más allá de lo conocido.
Aunque tal dicotomía no podría funcionar si no fuera por el principio de
complementariedad que nos lleva a reconocer que cuando el razonamiento falla,
nos salva la imaginación, y cuando la intuición se ausenta, nos asiste el
razonamiento, esa tensión dual a menudo nos limita mediante bloqueos operativos.
Es entonces cuando nos valemos de una
forma específica de organizar los procesos de pensamiento buscando soluciones
mediante estrategias no ortodoxas, que normalmente serían ignoradas por el pensamiento lógico. Ponemos en duda las suposiciones, hacemos preguntas no
inmediatas, y nos aliamos con las extrañezas eficaces. Nos concentramos en romper conceptos, en practicar
la provocación y la disrupción, todo con objeto de facilitar la apertura de la
mente para lograr la reestructuración de los estándares.
Ese movimiento, cual pirueta, requiere habilidad pero sobre todo
entrenamiento. Sin la disciplina y deducción del razonamiento el pensamiento
lateral creativo se limitaría a producir lábiles paradojas. Es entonces cuando
pueden intentarse ciertas provocaciones controladas. Nos llegamos a plantear
analogías, comparando ideas desvinculadas de lo racional, con ánimo de alejarse
de los estereotipos, e indagar en la posibilidad de diferentes opciones. Nos
aventuramos a ensayar la inversión de conceptos y procesos, alterando su
sentido para reconocer su contrario y experimentar el problema de manera
diferente. Fraccionamos lo unitario para obtener de las partes divididas, de la
descomposición, nuevos órdenes y modelos de entendimiento. Nos desafiamos al
negar las características obvias y generamos de ese modo nuevas situaciones
posibles. Somos proclives a exagerar, distorsionar y modificar de cualquier
forma las cualidades del entorno del problema. Maniobras todas fruto del acierto
y la intensidad. Decantándose en su éxito como diestros trucos.
Siendo capaces de conectar el pensamiento con la acción, posibilitando la
utilización de esas dinámicas transformadoras, tan lúdicas como performativas,
y a su vez detectar y comunicar su sorprendente naturaleza, estaremos
respondiendo al “Más Difícil Todavía”.