"En manos del arquitecto, el
lápiz constituye un puente entre la mente que imagina y la imagen que aparece
en la hoja de papel; en el éxtasis del trabajo, el dibujante olvida tanto su
mano como el lápiz y la imagen emerge como si fuera una proyección automática
de la mente que imagina; o quizá sea la mano la que verdaderamente imagina en
tanto que existe en la vida del mundo, la realidad del espacio, materia y
tiempo, la condición física misma del objeto imaginado."
(Juhani
Pallasmaa, -la mano que piensa-. 2009)
Las destrezas, la
inteligencia creativa y las capacidades conceptuales de todo aquel que busca
satisfacer un resultado físico pasan siempre por el canal de nuestra extremidad
más preparada, más hábil y capaz, y allí se produce una suerte de traducción
mágica, inesperada. Emerge una fascinación, una atracción incontrolada, un
hechizo que traslada la atención, y disloca el significado.
Debajo del dibujo
de la mano atenta hay mucho más que una representación. Aparecen códigos de
interpretación que surgen de la memoria y de esa sabiduría que, efectivamente,
es existencial pero también corporal. La mano detenta un poder de
transformación y figuración inmenso. El lápiz dibuja no sólo lo que ve, también
lo que se puede llegar a ver, más allá de lo inmediato. Y esa generosa amplitud
provoca que la mano y su dibujo sean capaces de alterar el ánimo y la
intención.
A veces, muchas
veces, da la sensación de que el dibujo no naciera de la mente del que lo
realiza. Pareciera que tuviera vida propia y surgiera de un lugar no
reconocible. Pero la mano, es palpable, ha sido quien lo ha producido. Sus
movimientos, podríamos pensar que inconscientes, han derivado en un producto
tan esencial como asombroso. Está ahí y su lectura y traducción pueden llevar a
nuevas reflexiones y sensaciones. No sé sabe porqué, pero dice cosas que antes
de aparecer ese dibujo no estaban.
De nuestra
capacidad de sorpresa y embrujo ante lo que trasluce la mano depende nuestro poder
de transformación.
No en vano el
verbo dibujar viene del francés "deboisser", literalmente -labrar en
madera-. Y de ahí se ha venido a conjugar todo lo relacionado con debastar,
esbozar, esculpir... y obrar.
Cuánta madera.
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