and architecture, hand made architecture

26 de febrero de 2010

escaleras mecánicas

Imaginemos el remoto momento en el que nuestros antepasados inventaron el mecanismo de las escaleras. El recurso físico de poder subir o bajar andando una pendiente con facilidad. La feliz ocurrencia de disponer sucesivos planos horizontales desplazados en vertical y diagonal con los que ir superando un cambio de nivel. Casi cualquier cambio de nivel.

Las escaleras han permitido durante milenios conquistar la vertical, traspasar obstáculos, de una manera tan sencilla como perfecta.

En consecuencia, el diseño de las escaleras, por inmejorable, no ha podido ser superado.

Pero la moderna inclusión de la electricidad en la edificación supuso desnaturalizar muchas convenciones. Incluir muchas posibilidades "ingeniosas".

Las escaleras mecánicas irrumpen en la arquitectura como un icono del maquinismo. No en vano fue un ingeniero el que a finales del siglo XIX las puso en funcionamiento por primera vez en la ciudad de Nueva York. Lo que provocó todo una explosión de novedad y asombro en los miles de usuarios que se apresuraron a vivir la experiencia. Toda una experiencia.

Hoy lógicamente ya nadie se sorprende de tal atrevimiento. Pero no hay duda que empezó siendo un alarde técnico para irse convirtiendo en un artefacto de lo más confuso.

Curiosamente, aunque su fin sea el opuesto, no creo que haya nadie que no se sienta un tanto incómodo al utilizar una escalera mecánica.

Es un artilugio muy ambiguo. Los escalones tienen una dimensión desproporcionada para subir o bajar andando cómodamente, aunque sistemáticamente la mayoría de las personas que las usan procedan a utilizarlas de ese modo. Cuando se va a entrar o salir se produce un momento tenso. Inseguro. De un calado tal que a menudo los ancianos, los niños o las personas con movilidad reducida tienden a evitarlas.

Pero lo peor es cuando, una vez en la plataforma elegida para iniciar el viaje, uno se descubre en una posición inquietante. El movimiento es dinámico y estático a la vez. Diagonal en el espacio. Y la posición relativa con respecto a los demás viajeros es poco menos que ridícula. No sólo se invade el espacio de proximidad a una altura inusual en situaciones de aglomeración sino que, a su vez, la mirada ha de forzar su dirección natural para evitar conflictos físicos.

Es un mecanismo elevador, transportador, que en teoría ayuda a las personas a no cansarse al salvar niveles. Pero si comparamos el valor de su eficacia frente a sus inconvenientes físicos y psicológicos se podría decir que es sencillamente mejorable. Por no entrar en cuestiones estéticas.

En arquitectura lo que se mueve suele ser conflictivo. Lo que tiene vocación de ser estable dificilmente puede funcionar como inestable.
¿Podríamos imaginar, por ejemplo, que la estructura portante de un edificio fuese mecánica?. Que se pudiera mover a voluntad para adoptar nuevas configuraciones o localizaciones.

Mucho me temo que no todas las transgresiones son afortunadas.

Los edificios tienden a incluir cada vez más comodidades pero, por favor, las escaleras que no sean mecánicas.
Que sean escaleras.







25 de febrero de 2010

c-olores

Vamos cumpliendo años y vamos aprendiendo a ver algo más que lo evidente....
En el mundo de lo visual, en el mundo de la comunicación estratégica, y ahí incluyo por supuesto el mundo de la arquitectura y su representación, existen lugares comunes de expresión de intenciones. Y el color, la elección del color, es claramente uno de ellos.
Los colores huelen.
Saber qué colores transmiten mejor la esencia de lo que se presenta es algo así como dar con el traje adecuado. El traje o el disfraz...
Si conseguimos fijarnos atentamente, los colores nos pueden permitir adivinar muchas cuestiones relativas al caracter de lo que vemos. Y, claro está, utilizados con picardía nos pueden engañar a éste respecto.
A nadie se le ocurre actualmente decir nada en blanco y negro. Y ésto es debido a que saber decidir un color es mostrar, por encima del resto de atributos, el adjetivo subliminal de lo que se muestra.
Un pequeño gesto vale. Un toque de color es como un sutil aroma. No hace falta explicarlo. Nos traslada a un campo de entendimiento. A una memoria colectiva que nos pertenece porque es profundamente cultural.
Los arquitectos dibujamos y al hacerlo usamos el color. No para decir que lo que hacemos es de ese color sino para decir qué tipo de arquitectos somos, o simulamos ser....qué tipo de arquitectura hacemos, o mejor, qué tipo de resultado pretendemos proponer.
Mirese la arquitectura dibujada y quítese su color de representación....sin olor no hay gusto.

Definitivamente es una pena ser daltónico.



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20 de febrero de 2010

héroes

Un enorme autobús con numerosas personas dentro, con todos sus equipajes, en movimiento. Descomunal peso.
Ahí están sus ruedas, allí donde el vehículo se apoya milagrosamente, allí donde transmite su carga dinámica al suelo. Cuatro gigantes cubiertas de caucho, estables gracias a que son capaces de contener un aire muy comprimido. Su goma no se rompe, se estira, se tensa pero no se rompe. Aguanta.

Pero ese aire estructural ha tenido que entrar por una pequeña válvula. Un recóndito cilindro con un pequeño tapón tiene en su interior un héroe. Un pequeño prisionero metálico, de no más de tres milímetros de espesor, que no permite que ni una molécula de aire salga. y por tanto que se mantenga la tensión. Que se sustente la carga. En definitiva, que funcione el autobús.

Tanto volumen, tanto peso, tanta optimización, tanta ingeniería, tanta inteligencia... dependientes de un pequeño protagonista. De una insignificante pieza metálica de pocos gramos de peso...

Veo el autobús y veo esa pieza.
Lo mismo me pasa cuando veo un avión aterrizar...

Tantas cosas como tenemos, tantas cosas como usamos, son sólamente posibles porque incluyen un pequeño e insustituible detalle. Normalmente invisible. Extraordinariamente útil.

La épica de las cosas... las hazañas y las virtudes de todo aquello que pasa desapercibido. Que aparentemente no importa.


Los héroes cotidianos....




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17 de febrero de 2010

la nube de puntos

Como quiera que miramos viendo lo que otros vieron mucho antes que nosotros y que caminamos pisando las pisadas de otros... Como dirigimos nuestro interés hacia aquellos lugares, hacia aquellos instantes, que hace mucho que dejaron de interesar a otras muchas personas... Como buscamos con fuerza e intensidad no sólo en el espacio sino, también, en el tiempo. No sólo entre las cosas sino, a su vez, entre las ideas. A menudo nos descubrimos en el interior de una madeja infinita.

La curiosidad nos dirige y recorremos el mundo con la percepción abierta a cualquier sorpresa a nuestro alcance. Nuestra capacidad de admiración no cesa, y nos descubrimos capaces de conmovernos ante los instantes más inciertos, ante los escenarios más insospechados.

Merodeamos.
Deambulamos por un recorrido nunca predeterminado. Salen al paso bifurcaciones y opciones que llaman nuestra atención. Seleccionamos, guardamos, cazamos o coleccionamos. Pero proseguimos. La cuerda sin fin.
A menudo nuestro recorrido es circular. Espiral. Rodeamos progresivamente nuestros intereses sin apenas tocarlos. Sin alterarlos. Cultivando la actitud de la eficiente paciencia. Y sólo descansamos junto a nuestro objetivo el tiempo necesario para vislumbrar nuevos horizontes.
El movimiento es continuo. La concatenación de acciones y pensamientos nos pasea por el feliz estado de alerta en el que consumimos nuestra energía. Nuestra vida.
Y es en ese territorio de pasos perdidos, de sucesivos segmentos recorridos, donde nos encontramos cuando queremos explicar nuestra existencia.

Habitamos una nube de puntos.
Un lugar multidimensional de interconexiones sin límites. Un espacio de movilidad que sustituye las fronteras por nudos.

Sin mapas...


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14 de febrero de 2010

sustracción

Pensar, proponer, decidir la arquitectura depende de muchas variables.
Y muy menudo, la estrategia elegida para llevar a cabo un proyecto es en sí un proyecto. Una intención.
Resulta tan inmediato como común reconocer el mundo de los datos previos como un compendio de elementos que sumados dan como resultado el enunciado del problema. Que es preciso comprender, analizar y sintetizar. Cuestiones como el emplazamiento, el programa funcional, o el tamaño relativo son normalmente datos objetivos. Y como tales, se colocan en un sumando sucesivo que engloba el todo del problema.
El objetivo es, habitualmente, ser capaz de manejar un resultado que provenga de un sumatorio controlado de incógnitas.
Es por ello que, también de modo inmediato, los proyectos de arquitectura se conviertan, casi siempre, en cómo actuar mediante adiciones de elementos. Mediante conjuntos añadidos de información. En propuestas en las que lo primordial es encontrar los modos de unir, confrontar y separar.
Pero al igual que en todo proceso de búsqueda muchas veces es más importante reconocer lo que no se debe hacer antes que elegir la solución, podemos llegar a entender que frente a un conjunto ordenado de datos objetivos podemos proponernos actuar mediante la resta de posibilidades más que con la suma de expectativas.
Es decir, podemos partir de vislumbrar entidades globales con las que actuar mediante la sustracción de elementos irrelevantes o secundarios.
Reconocer que el camino hacia la consecución de un resultado es indeterminado y que una posibilidad tan capaz o más que la de "poner" es la de "quitar".
Lo abstracto y subjetivo se imponen siempre. Porque son, de algún modo, las herramientas que posibilitan la consecución de la arquitectura. Y es en ese momento cuando encontrarse frente algo que hemos sabido "limpiar" mediante la sustracción selectiva se hace más interesante.
Es entonces cuando la gran potencia del todo frente a las partes subyace. Despejado de lo accesorio el "lleno" concluye más intenso gracias a la oportunidad del "vacío".

Supone, en suma (o mejor "en resta"), buscar en la renuncia la fuerza.


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7 de febrero de 2010

fachadas (im)portantes

La arquitectura ha discurrido desde sus orígenes con la paradoja de la dualidad entre el cerramiento y la estructura portante. De un modo similar a la que encontramos en la física clásica con la luz y la disquisición onda-partícula.
Durante siglos ambos elementos han sido la misma cosa, es decir, juntos han conformado los muros de los edificios sin mayores ambiciones. Y éstos han cumplido con ambas misiones. Cerrar y sustentar.
Durante mucho tiempo la cuestión de segregar y, por tanto, de mostrar figurativamente el cerramiento como algo independiente de la estructura portante ha sido innecesaria. Los sistemas técnicos utilizados y el protagonismo de los sistemas decorativos ligados a la expresión de los diferentes estilos han enturbiado cualquier posibilidad dialéctica entre ambos.
Sólo en aquellos momentos en los que nuevas técnicas y materiales de construcción hicieron su aparición hemos podido asistir a un desmembramiento intencionado de los dos componentes murales. La invención del gótico en la edad media o la utilización del hierro en el siglo XIX, primero en horizontal (europa) y luego en vertical (américa), fueron momentos en los que se dieron pasos de gigante en la evolución gracias a entender, entre otras cosas, que ambos elementos podían y debían estar separados.
La revolución moderna se podría congelar en el dibujo de la casa dominó de LC. Donde los pilares, por arte de magia, se retrasaban de la línea exterior de los forjados y, tal gesto, permitía entender como "libre" tanto la fachada como la planta.
Los estilos clásicos agonizaron frente a la trascendencia de la dicotomía. Las cuestiones decorativas pasaron a un segundo plano y el distanciamiento físico entre los dos protagonistas principales acabaron con cualquier intento de recuperar el arte mural.
De aquello hace ya mucho tiempo. El siglo XX ha sido muy cíclico, y muy pertinaz.
Al igual que pasara en la física moderna con la mecánica cuántica la arquitectura actual no es nada reduccionista. La segregación dual que otrora permitió abrir caminos de nitidez es hoy una lección aprendida y no tiene mucho recorrido más allá de su capacidad de afianzar recursos estilísticos.
Ya en el siglo XXI las fachadas, de nuevo, se permiten ser estructurales. Y tal mecanismo ciertamente "natural" de la arquitectura abre nuevos campos de interpretación.
Nociones como la porosidad, la desintegración, o la solidez llenan los cerebros más creativos e innovadores del panorama internacional.
Muros, sí muros otra vez, que se pliegan, se curvan, se perforan, se tensan, se licúan, se vacían... conforman las fachadas más (im)portantes.
Los muros portantes pueden ser tejidos estructurales. Más o menos transparentes. Más o menos densos. Pero la separación de funciones no es ya tan relevante.
Hoy en día el presente importa más que el futuro.
La erótica de la espectacularidad manda sobre la mística de la evolución.
Todo vuelve.
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5 de febrero de 2010

la bandera del japón


Hay un dilema recurrente que es el de qué hacer con un punto en un plano. Lo que supone posicionar un lleno dentro de un vacío.
Tomar la decisión de cómo colocar el "objeto" con respecto a su "recipiente" no supone, en la mayoría de los casos, una solución inmediata.
Como es lógico, es ésta una cuestión que no sólo pertenece al ámbito de la arquitectura. Aunque particularmente en la arquitectura se da a muy a menudo.
Un edificio y su parcela. Un mueble y su habitación . Un hueco y su paramento. En definitiva, estamos hablando de qué hacer, de manera precisa, con lo "pequeño" en lo "grande".
A priori, la elección no es sencilla. En teoría muchas son las soluciones posibles. Y la decisión final depende de múltiples factores. Dominar la habilidad de jugar con la posición relativa, con las cantidades, es fundamental.

Podríamos bautizar éste problema como el de la " bandera del japón".

Un elemental grafismo, un esquema formal, de un punto rojo en un rectángulo blanco.
Simbolismos a parte, dicha bandera no sería de ningún modo igual si el tamaño relativo del punto con respecto al rectángulo se modifica, incluso si variamos la posición de éste con respecto aquel.
Un punto notoriamente más pequeño colocado en lugar alternativo al centro sería una de las infinitas maneras de resolver la cuestión. Y su resultado sería muy distinto.
Yendo más allá, el hecho de que el punto y el rectángulo puedan cambiar a su vez de forma o de color, sería también una posibilidad muy vinculante.

En definitiva, estamos ante un campo de juego de conexiones, de equilibrios. De precisiones.
Ante las sencillas complejidades que importan.
Ahora bien... si se tiene que poner un punto en un plano, por favor, no se ponga nunca en el centro.
Parecería la bandera del japón.



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4 de febrero de 2010

piedra papel tijera

En una ocasión acepté la invitación de dar una charla monográfica en el lejano Budapest sobre la "piedra en la arquitectura española actual". Era, al menos para mí, un extraño cometido, pero lo tomé como un ejercicio de análisis. Elegí algunos edificios ejemplares, realizados todos teniendo como protagonista el uso de la piedra, y empecé a buscar un hilo conductor para mi exposición.

Piedra, .... pensé de modo un tanto lúdico. ¡Piedra, papel, tijera!.
Me sorprendió la ocurrencia y me puse a indagar en el significado de cada término.
Pronto descubrí un método bastante nítido de ordenar aquel conjunto de proyectos. Reconocí en cada palabra, más que su objeto literal, una actitud. Un modo de ser.
Hice una lista de los edificios y vinculé cada uno de ellos con cada uno de los términos.
Así, todos los edificios ordenados en la columna "piedra" tenían características ligadas con la estabilidad y la sustentación, destacando como protagonista la sección se valían de la fuerza del volumen, la masa y la vertical gravitatoria. En definitiva, tenían que ver con lo estereotómico.
Los clasificados bajo el término "papel" tenían como invariante una extrema funcionalidad, derivada del enfático valor de las pautas de distribución en planta, de lo extenso y horizontal. Estaban fuertemente ligados a lo planimétrico.
Por último, los destacados en el apartado "tijera" apostaban de manera inequívoca por la búsqueda de la presencia, por el valor primordial de sus envolventes y alzados. Por la silueta, la línea y el problema de lo perimetral. En definitiva, por el orden tectónico.
Más allá del uso del material concreto de la piedra, lo que los clasificaba era una determinada estrategia de utilización del material. Descubrí que todo material puede tener un modo "piedra", un modo"papel" y un modo "tijera" de ser. De ser y estar en la arquitectura. Que todo edificio puede proyectarse teniendo como origen estas tres maneras alternativas de disponer la materia. Y que la buena arquitectura conduce convenientemente sus diversas combinaciones.
El ancestral juego de manos de origen chino, basado en la existencia de los tres reinos de la naturaleza, es decir, lo mineral, lo vegetal y lo animal, nos lleva al mundo de las tríadas universales. Podríamos retrotraernos a otros ámbitos, a los mitos de Osiris, Isis y Horus y sus sucesivos paralelismos históricos. Pero también al tratado secular de "firmitas, utilitas y venustas" y sus reinterpretaciones clásicas y modernas. Y otras muchas tríadas dialécticas. Y en todos los casos recurrir al mismo juego de oposiciones jerárquicas.
Es un juego que nos plantea frente al problema del tres, en términos de cantidad, que los enfrentamientos se producen dos a dos. Con resultados cíclicos. Antagónicos. Polares.
Nos previene del difícil arte de la elección. Y de la intuición. Vence el que adivina. El que tiene la estrategia más psicológica (es inútil además de aburrido jugar frente a una máquina). No cabe la duda o la ambigüedad. Prevalece la virtud de lo instantáneo, de lo inmediato.
Sin duda, es un buen juego. Un juego que está también en lo arquitectónico.
Y es que, como decía LC, "Sólo los tipos serios juegan".

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