Nuestra naturaleza nos ha proporcionado una
destreza innata. La capacidad de utilizar un tipo de conocimiento profundo,
perceptivo e inexplicable, por el que llegamos a entender e imaginar realidades
sin tener que acudir a elaborados razonamientos. Una suerte de creatividad
instantánea que, mostrándose independiente del conocimiento adquirido, aflora
secretamente a veces como una feliz corazonada y siempre como una chispa de
lucidez. Una sorprendente capacidad de visión y respuesta por la que de manera
instintiva se totalizan y vinculan todo tipo de estímulos.
Nuestro complejo cerebro no es simétrico. Con
sus dos lados formalmente iguales, actúa con cada hemisferio de manera
totalmente disociada y complementaria. El cerebro izquierdo agrupa nuestra
fuerza racional. Asume y perfecciona el razonamiento lógico, el lenguaje verbal
y la capacidad de cálculo. Almacena y relaciona datos y conceptos, es capaz de comprender
y, en un alarde de eficiencia, faculta la expresión. Posibilita, en suma, habitar
el mundo a través de las ideas. Y en el
otro lado, en paralelo, el cerebro derecho adopta una actitud integradora para vencer
la complejidad. Se centra en formar categorías, crear analogías, evocar y
combinar todas aquellas imágenes que proceden de la memoria. Al tiempo que
procesa e involucra en el pensamiento la influencia de nuestras muchas sensaciones
y emociones. Desde allí se capta y emite la comunicación no verbal, se cultiva el
dominio de la memoria visual, se elabora el entramado del lenguaje simbólico. Gestando,
con todo ello, la aparición y uso de nuestros más hondos instintos. Somos a la
vez racionales e irracionales. Ordenados y espontáneos. Planificadores e intuitivos.
Disciplinados pero libres. Y es desde la unificada conexión de nuestros dos
cerebros donde reside nuestra más reveladora capacidad de imaginar, crear e inventar.
Estamos inmersos en una cultura que premia por
encima de todo la razón, nuestra capacidad para establecer relaciones entre ideas
mediante la ortodoxa acumulación de conocimientos, en claro detrimento de todo
aquello que suponga manejar y proponer aciertos insospechados, en contra de todas
aquellas acciones intuitivas que nacen de nuestra más sutil condición humana. Además,
demasiadas veces se nos invita a esforzarnos en deducir cual es la única y más correcta
respuesta a cada problema. Aquella que quien detenta el poder desea indisimuladamente
que encontremos por encima de cualquier riesgo resolutivo. La consecuencia inmediata
de éstas dinámicas es una restricción sistemática de la expansión individual, la
generalización de una absurda desconexión con respecto a la propia capacidad de
encontrar respuestas vivas. En numerosas ocasiones, por el simple hecho de
diferir de los automatismos comúnmente aceptados, se desecha toda opción no
inmediata y se impone un sistemático freno a nuestra capacidad creativa.
Si se continúa haciendo tanto énfasis en el
desarrollo de técnicas y estrategias centradas únicamente en lo racional, y con
triste asiduidad se sanciona la aplicación activa de la intuición, el valor de las
sorpresas eficaces, se estará destruyendo nuestra más valiosa arma creativa y
propositiva. Se invierten excesivos recursos en formar un mundo lleno de
personas que usan apenas la parte más evidente de sus potencial propositivo.
Cuando lo que es verdaderamente necesario es ensalzar a todos aquellos que son
capaces de romper con los hábitos para alcanzar nuevos y más elevados niveles
de libertad. De pensar y actuar más allá de lo inmediato y convencional.
Es cierta la máxima que asevera que la
sabiduría del ser humano está muy por encima de su intelecto. Es necesario
transmitir que la intuición además de poder aprenderse, también, se puede y
debe entrenar. Que tal misión requiere perder el visceral miedo a equivocarse y
tener una decidida actitud de conexión con aquellos procesos intelectuales en
los que nada está decidido, actuar con la expectativa de que todo puede ser. Las intuiciones son siempre hábiles atajos,
activados por una resuelta atención e intención, a través
de los cuales el cerebro decide más rápida y acertadamente. Caminos fortuitos
de resolución en los que lo conmovedor se impone a lo razonable, y lo inesperado
vence a lo previsible.